Día 31. Zaqueo. La miseridia del Señor cantaré.

 




Realiza varias respiraciones mientras fijas la mirada en una cruz, una estampa, una imagen o una vela.

Recuerda la escena de Zaqueo, sobre la que rezaste el día 24. Jesús hoy también te dice: “Es necesario que hoy me quede en tu casa” (Lc 19, 5).

Piensa en estas palabras que Dios te dirige hoy en el lugar del camino de tu vida donde te encuentras.

Acógele como Zaqueo, haciendo la señal de la cruz sobre la frente, la boca, el corazón y tus manos, despacio, sintiendo deslizar sobre ellas el dedo pulgar de tu derecha e izquierda.

Pídele mientras que Jesús entre en tus pensamientos, palabras, sentimientos y voluntad.

Toma la Biblia, ábrela despacio, puedes buscar una música melódica que te acompañe en esta oración.

Lee Lucas 19, 6-10.

Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”. Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: “Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más”. Jesús le dijo: “Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.

¿Qué piensan los demás de ti? ¿Cuáles son los defectos que tienes y los demás no toleran? Tú tratas cada día de esforzarte para no cometerlos, sin embargo, a veces no lo consigues. ¿De las personas que te rodean, en quiénes encuentras compasión y en quienes severidad?

Zaqueo es el jefe de los publicanos, vive aprovechándose de los demás, cobrando impuestos y amedrentándolos con la presencia de los soldados romanos. Pero su corazón no está totalmente protegido por una sólida y fría piedra, sino hay una pequeña grieta. Jesús no quiere romperla con un escarpe y mazo, a golpes, sino deslizando tomándola en sus manos y deslizando por la griega gotas de amor. Así consigue que se fracture. Consigue más una mirada dulce que cien sacos de sal.

Vive en primera persona la escena, sin centrarte en los nombres de quienes son implacables ante tus defectos. Él ahora entra en tu corazón, siente sentado contigo, sin juzgarte, pero a la vez su vida trasparente te cuestiona. Permanece en silencio. Que sea Él quien vaya rompiendo la costra, no con palabras, sin con los ojos. Imagínalos, búscalos porque están tatuados en tu interior.

Escucha esta canción de Taizé La misericordia del Señor cantaré.

https://www.youtube.com/watch?v=UGNYSplYLro
Concluye la oración rezando el Padrenuestro.

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