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32. Pedro. Un corazón capaz de acoger el perdón.

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  En silencio sígnate sobre la frente, la boca y el corazón, pidiendo a Jesús te conceda el don de la oración. Coloca una mano sobre la otra y estas sobre tu corazón. Busca el movimiento de su latido, siéntelo, acógelo. Acompáñalo con la respiración. Permanece durante cinco minutos escuchando la fuerza de tu corazón y tus pulmones, apartando de tu mente cualquier distracción. La única forma es no detenerse en ella y volver al punto inicial: la escucha. Abre la Biblia y lee el siguiente episodio de Juan 21, 15b-17. Dice Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”. Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dice: “Apacienta mis corderos”. Por segunda vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le contesta: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Él le dice: “Pastorea mis ovejas”. Por tercera vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: “¿Me quieres?” y le contestó: “Seño

Día 31. Zaqueo. La miseridia del Señor cantaré.

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  Realiza varias respiraciones mientras fijas la mirada en una cruz, una estampa, una imagen o una vela. Recuerda la escena de Zaqueo, sobre la que rezaste el día 24. Jesús hoy también te dice: “Es necesario que hoy me quede en tu casa” (Lc 19, 5). Piensa en estas palabras que Dios te dirige hoy en el lugar del camino de tu vida donde te encuentras. Acógele como Zaqueo, haciendo la señal de la cruz sobre la frente, la boca, el corazón y tus manos, despacio, sintiendo deslizar sobre ellas el dedo pulgar de tu derecha e izquierda. Pídele mientras que Jesús entre en tus pensamientos, palabras, sentimientos y voluntad. Toma la Biblia, ábrela despacio, puedes buscar una música melódica que te acompañe en esta oración. Lee Lucas 19, 6-10. Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”. Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: “Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado

Día 30. Mateo: te envío.

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  Comienza trazando la señal de la cruz sobre tu cuerpo, frente, boca y pecho. Tomando conciencia de entrar en la dimensión divina, en el espacio y tiempo sagrado de la oración. La Santísima Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo te contemplan, descienden hasta ti y quieren que les acojas como Abraham acogió a los tres hombres en Mambré (Gn 18, 1-15). Pide al Padre abra el corazón del Hijo para que descienda sobre ti el Espíritu Santo y te conceda la sabiduría para comprender el significado del texto bíblico que vas a leer, de su Palabra. Abre la Biblia con actitud contemplativa, apagando todos los pensamientos que te impidan la lectura, meditación, contemplación y diálogo con la Palabra de Dios, es decir, Cristo. Lee Mateo 28, 16-21: Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discí

Día 29. Jeremías. Díos no abandona a su pueblo.

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  Sígnate con “en el nombre del Padre,…”, tomando conciencia de estas palabras. La oración cristiana siempre es la apertura del corazón al Dios Uno y Trino. Por eso comienza invocando su nombre trinitario. Sígnate en la frente los labios y el corazón pidiendo a Dios que abra tu mente, tu boca y tu espíritu a la acción del Espíritu Santo en este tiempo de encuentro. Abre la Biblia con pausa. Dios está abriendo sus labios para dirigirte una palabra, la Palabra, de salvación, de vida eterna y de plenitud humana. Lee Jeremías 3, 14-16: Volved, hijos apóstatas – oráculo del Señor –, que yo soy vuestro dueño. Os iré reuniendo a uno de cada ciudad, a dos de cada tribu, y os traeré a Sión. Os daré pastores, según mi corazón, que os apacienten con ciencia y experiencia. Os multiplicaréis y creceréis en el país. Y en aquellos días – oráculo del Señor – ya no se hablará del Arca de la Alianza del Señor: no se recordará ni se mencionará, nadie la echará de menos, ni se volverá a construir otra. En

28. Toma a tu hijo.

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Comienza con la señal de la cruz. Coloca la mano en el corazón, siente su latido, conecta corazón, mano, cerebro, corazón, mano,… Toma conciencia del circuito neuronal, la corriente eléctrica que discurre entre los tres. Siente los latidos durante unos minutos. Traza la cruz sobre el corazón. Pide al Padre te conceda el don de la oración,. Abre la Biblia y lee Génesis 22, 1-4. Después de estos sucesos, Dios puso a prueba a Abrahán. Le dijo: “¡Abrahán!”. Él respondió: “Aquí estoy! Dios dijo: “Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré”. Abrahán madrugó, aparejó el asno y se llevó consigo a dos criados y a su hijo Isaac; cortó leña para el holocausto y se encaminó al lugar que le había indicado Dios. Al tercer día levantó Abrahán los ojos y divisó el sitio desde lejos. Pide a Cristo la gracia de la confianza de Abrahán. Recrea la escena con la imaginación. Coloca la mano en el corazón.

Día 27. María Magdalena. ¿Por qué lloras?

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Sígnate en la frente, los labios y el corazón. Toma conciencia de la presencia de Dios en estos momentos. Descálzate de los ruidos lejanos, próximos, fuertes o suaves. Busca una cruz. Si la llevas colgado esta misma, o una medalla. Tómala en tus manos. Apriétala fuertemente descargando sobre ella tus ruidos interiores. Cuando los hayas descargado en Cristo, abre lenta y suavemente las manos, relajándolas, mientras hasta dejarla muerta. Pide a Dios que silencie los ruidos interiores, es decir, tus pensamientos. Inspira y respira lentamente. Toma la Biblia y lee este relato (Juan 11-18): Estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: “Mujer, ¿Por qué lloras? Ella les contesta: “Porque se han llevado a mi Señor y no se dónde lo han puesto”. Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era J

Día 26. Pedro, el pescador.

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Realiza la señal de la cruz con pausa y pensando el significado cada una de las palabras. Sin prisas percibe (sentir y seguir sin pensar nada) el movimiento pulmonar, muy concentrado, hasta lograr acallar los ruidos interiores. Pide al Padre el don de la oración. Permanece un tiempo breve en silencio repitiendo la exclamación: “Padre, enséñame a orar”. Abre la Biblia por la siguiente cita: Mateo 4, 18-20. Paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Busca en tu interior a Cristo y pídele te conceda la gracia de escuchar su voz y seguirle con la misma diligencia que Pedro y Andrés. Mira la fotografía, tomada desde la orilla del mar de Galilea. Imagina a los dos pescadores a unos metros de la playa, en una barca, echando las redes. A Jesús contemplando el lago de Genesaret